REINO UNIDO.- Era quizá la mayor figura viva del siglo XX. Muertos otros nombres universales como Nelson Mandela, Juan Pablo II, o recientemente Mijáil Gorbachov, Isabel II, reina entre los reyes, falleció este jueves tras 96 años de vida y 70 de reinado.
Para millones de personas ella fue la Reina. A secas. La única que la mayoría de la gente había conocido, no solo en el Reino Unido, sino en todo el mundo.
Su trascendencia entraba más en el terreno de lo simbólico que de lo político: fueron su silencio y su capacidad para ocultar sus opiniones o emociones los que le granjearon su reputación.
En un momento en que las certezas desaparecen y todo parece menos sólido, Isabel II encarnaba -como describió la primera ministra, Liz Truss, en su discurso de despedida- a la “roca” sobre la que se edificó el Reino Unido moderno.
Su muerte no pilló a nadie por sorpresa. En los últimos meses apenas se le había visto en público, y exhibía una imagen frágil. Su último acto oficial fue la recepción a Truss en su amado castillo escocés de Balmoral, la morada favorita de su difunto marido Felipe. También allí fue donde vivió los últimos minutos de su vida.
Su salud había caído en picado, especialmente tras el fallecimiento el año pasado de su marido Felipe, duque de Edimburgo.
Sin embargo, no por esperada la noticia causa menos impacto. No son pocos los británicos que hoy se declaran huérfanos y lloran su ausencia ante la incertidumbre que han traído el Brexit, la pandemia o la guerra en Ucrania.
El nuevo rey, Carlos III, carece del cariño popular del que sí gozaba su madre. Y no es porque ésta fuera especialmente carismática. Su virtud, y también su trabajo, fue esencialmente ser y estar. Y fue y estuvo siete décadas, toda una vida, más que cualquier otro monarca coetáneo.
Eran las 12.30 hora local (11.30 GMT) de ayer cuando el Palacio de Buckingham, tan comedido y sucinto siempre, emitía un comunicado inquietante. En apenas dos frases, recogían la “preocupación” de los doctores por su estado de salud y anunciaban que la colocaban bajo vigilancia médica.
Los analistas más versados en interpretar los crípticos mensajes de la casa de los Windsor rápidamente identificaron en el lenguaje escogido la gravedad de la situación.