REDACCIÓN INTERNACIONAL.- En Colombia se realizan la misma cantidad de funerales para personas que para animales. Cementerios con lápidas personalizadas para Coqui o Pelusita, velatorios para perros, hámsters e incluso gallinas.
La oferta postmortem para mascotas es un negocio en un país que se desvive por un miembro más de la familia.
Mientras Darwin, sus padres y sus hermanos se abrazan devastados frente a dos funcionarios que entierran el ataúd de cartón con Dominic, Sombra, un cachorro de bulldog francés, corretea arriba y abajo, entre las tumbas del cementerio para mascotas de Funeravet en La Calera, a las afueras de Bogotá.
Dominic murió hace unos días, con apenas tres años, después de que le dieran convulsiones, pero a pesar de su corta edad fue un apoyo fundamental para Darwin Cárdenas: «Fue un buen perro y todo el mundo merece, a pesar de que sea bueno o malo, tener un entierro digno de ser recordado», dice a EFE el joven.
Él ha optado por enterrarle, y pronto le pondrán una lápida digna de su «hijo» perruno para equipararlas al resto de tumbas que con molinillos, juguetes raídos o recordatorios rememoran a perros, gatos y otros animales. En esta empresa atienden entre 28 y 35 servicios diarios, aunque la mayoría prefiere la cremación colectiva, que es lo más barato.