Redacción. ― Cada año se realizan actualizaciones de software y dispositivos con numeraciones consecutivas, como una forma simple de señalar la evolución de cada modelo. Sin embargo, dos de los gigantes tecnológicos, Apple y Microsoft, rompieron esa tradición cuando decidieron omitir versiones clave en sus líneas de productos como un iPhone 9 o Windows 9, y esa decisión no fue casual ni producto de supersticiones.
Una de las teorías más aceptadas es que Apple eligió el nombre iPhone X (pronunciado como “diez” y no como “equis”) para conmemorar la primera década del iPhone. En este contexto, utilizar el número 9 habría sido incoherente, ya que no reflejaría la magnitud del hito que el iPhone X representaba para la compañía.
El iPhone X introdujo una serie de cambios significativos que lo diferenciaban de sus predecesores. Entre ellos, la eliminación del botón de inicio, el uso del reconocimiento facial (Face ID) en lugar del lector de huellas dactilares (Touch ID), y la incorporación de una pantalla OLED sin bordes. Este nuevo diseño supuso una ruptura con la línea clásica de los iPhone y pretendía consolidar a Apple como líder en innovación.
Llamar a este dispositivo iPhone 9 podría haber hecho que el modelo pareciera una continuación del iPhone 8, en lugar de la reinvención que realmente era. Por lo tanto, el número 10 o “X” reforzaba la idea de un cambio radical en la visión de los smartphones.
Al igual que Apple, Microsoft tomó una decisión similar al saltarse Windows 9 y lanzar directamente Windows 10 en 2015. Aunque las razones detrás de esta omisión no fueron completamente explicadas en su momento, las pistas disponibles sugieren que la compañía estaba intentando distanciarse de un pasado problemático.
El antecedente inmediato fue Windows 8, un sistema operativo que introdujo cambios drásticos en su interfaz de usuario, sobre todo con el uso de baldosas dinámicas que trataban de unificar la experiencia entre PCs y tabletas.
Aunque valiente en su propuesta, Windows 8 fue recibido con duras críticas debido a su difícil integración con el uso tradicional de PCs de escritorio y portátiles. Muchos usuarios consideraban que el enfoque táctil no era práctico en estos dispositivos, y Microsoft lo corrigió parcialmente con Windows 8.1 en 2013, permitiendo iniciar sesión en el escritorio clásico.
Sin embargo, estos cambios no fueron suficientes para mejorar la percepción general del sistema operativo. Microsoft entendió que necesitaba un cambio de rumbo y, al desarrollar la próxima gran versión de Windows, llamada internamente Threshold, surgió la necesidad de un nuevo comienzo. Así, en lugar de Windows 9, decidieron presentar Windows 10, dejando claro que se trataba de un nuevo capítulo para la compañía.