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Científicos desarrollan método para detectar la basura espacial pese a precariedad

Lisboa.- Pese a la precariedad en la que viven los científicos en Portugal, un grupo de investigadores de la Universidad de Coimbra ha logrado desarrollar un mecanismo de bajo coste para detectar basura espacial, que puede salvar las vidas de los astronautas.

Con la llamada «new space economy» (nueva economía del espacio), que consiste en la comercialización de la exploración espacial con la participación de empresas privadas, hay cada vez más satélites en órbitas bajas, a menos de 1.000 kilómetros de la Tierra y, en consecuencia, más basura, lo que puede ser un peligro para los astronautas y las estaciones en la exosfera.

El astrónomo de la Universidad de Coimbra Nuno Peixinho, que forma parte del equipo de seis personas que está desarrollando este sistema de bajo coste para detectar basura espacial, explica a EFE que el mecanismo consiste en minicámaras que toman imágenes y que a través de algoritmos calculan el rastro dejado por los satélites.

El proyecto, del doctorando Joel Filho, compañero de Peixinho, ha ganado una subvención de 90.000 euros de la Agencia Espacial Europea Agencia (ESA) y ahora los científicos esperan tener para 2024 el código que haga funcionar la minicámara, que sería enviada a la exosfera en 2025.

«El prototipo será lanzado al espacio en uno de los satélites de Geosat», indica Peixinho, quien destaca que el coste de la cámara con todo el equipo sería de menos de 10.000 euros.

Un sistema barato para identificar la basura espacial que cada vez es más frecuente en las órbitas bajas, donde actualmente por 50.000 o 100.000 euros se puede mandar un ‘cubesat’, un minisatélite, usando una lanzadera desde la que se pueden enviar varias cosas a la vez.

Peixinho pone como ejemplo los satélites Starlink del magnate Elon Musk y otros similares que crean «redes enormes» de constelaciones satelitales que prestan servicios de internet y comunicaciones: «Se ha descubierto que es más barato tener muchos satélites bajos para ayudar a la cobertura de red que tenerlos más alto durante mucho tiempo».

El problema es que estos artefactos suelen generar basura, es decir, «siempre hay cosas que dejan los satélites, bien porque en el lanzamiento salga un poco de tinta o algún fragmento», dice el investigador, quien agrega que cuando el aparato deja de estar operativo acaba también convirtiéndose en desecho espacial.

Cuando un objeto está en órbita las velocidades son muy grandes, lo típico es que sean de entre 7 y 9 kilómetros por segundo en las más bajas, por lo que el impacto de algo tan pequeño como una cabeza de alfiler puede equivaler al disparo de una pistola.

Se calcula que debe de haber unas 35.000 piezas de desecho de más de 10 centímetros de diámetro, de las que se conoce el 90 % de sus órbitas, mientras que hay un millón con diámetros de entre 1 y 10 centímetros, cuya ubicación se desconoce, y 130 millones de entre 1 milímetro y 1 centímetro aún por rastrear.

«De ahí que para los astronautas sea vital saber dónde está la basura cuando van a hacer operaciones fuera de la estación (espacial)», detalla el científico, quien apunta que también es útil para que el resto de satélites puedan esquivar el objeto, que podría causarles daños.

En ese sentido, es habitual que lugares como la Estación Espacial Internacional hagan maniobras para evitar la basura.

Según Peixinho, actualmente se pueden rastrear los desechos con radares y telescopios terrestres, pero estos sistemas están limitados por su sensibilidad, con lo que no pueden detectar todos los objetos.

Los investigadores de la Universidad de Coimbra están desarrollando este proyecto, pese a que es posible que algunos de ellos no lo vea acabado debido a la precariedad laboral que viven los científicos en el país, donde los contratos tienen una duración determinada.

Por ejemplo, en el caso de Peixinho, su contrato concluirá en diciembre de 2024 y no tiene garantías de que vaya a poder continuar, una situación que es habitual en Portugal, donde no todos los investigadores que comienzan un proyecto llegan a ver su final.

«En los próximos dos años hay unos 3.500 o 3.600 investigadores con contratos de duración determinada que van a finalizar», lamenta el astrónomo, quien destaca que Portugal invierte en 1,6 % de su PIB en investigación científica, por debajo de la media europea, que es del 2,23 %.

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