REDACCIÓN SALUD.- Han pasado los siglos y las enfermedades bíblicas siguen ahí. Algunas ya existían en tiempos de Jesucristo, e incluso antes. Ahora, en Semana Santa, recordamos alguna de ellas.
Aunque la causa todavía es desconocida en algunas de estas enfermedades, la mayoría ya disponen de tratamientos efectivos. Eso sí, el acceso a estos no es igual en todos los países del mundo.
La lepra, una de las enfermedades bíblicas
En la Biblia hay varias alusiones a la lepra como ésta extraída del evangelio de Mateo:
“En aquel tiempo al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: ‘Señor, si quieres, puedes limpiarme’. Extendió la mano y lo tocó diciendo: ‘Quiero, queda limpio’. Y en seguida quedó limpio de lepra”.
En la actualidad, la lepra es una enfermedad muy relacionada con la pobreza, pues las condiciones inherentes a la penuria como la mala alimentación, el hacinamiento y la falta de higiene favorecen su expansión.
Se trata de una enfermedad crónica producida por el Mycobacterium leprae. Esta bacteria fue descubierta por el científico noruego G. A. Hansen, por lo que la lepra también se conoce como enfermedad de Hansen.
Según indica la Organización Mundial de la Salud (OMS), en algunos casos los síntomas aparecen 9 meses después de haber adquirido la infección, pero en otros pueden tardar hasta 20 años. No obstante, el periodo promedio de inicio de los síntomas es de unos cinco años.
Sin embargo, el especialista destaca que el principal problema de la lepra no es la piel, pues la bacteria que causa la enfermedad también afecta a los nervios.
El diagnóstico precoz es de vital importancia pues, si el tratamiento se instaura en las primeras fases de la enfermedad, se puede evitar la discapacidad.
La sarna
“El Señor te herirá con forúnculos de Egipto, con tumores, sarna y tiña, de los que no podrás curarte”, dijo Moisés a los israelitas en un discurso en el que enumera las bendiciones y las maldiciones de Dios, según se recoge en el Deuteronomio, uno de los libros que componen el Antiguo Testamento.
Otra de las enfermedades bíblicas es la sarna, que lleva afligiendo a los seres humanos desde la antigüedad, sigue estando muy presente en nuestros días. La OMS calcula que unos 200 millones de personas en el mundo sufren esta patología.
Se trata de una infestación parasitaria causada por un ácaro que se mete en la piel y deposita allí sus huevos. Esto desencadena una respuesta inmunitaria que produce picor intenso y erupciones en la piel.
Los especialistas de la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV) indican que los síntomas “normalmente comienzan en los pliegues y grietas del cuerpo, especialmente entre los dedos, en los codos, las muñecas, las nalgas, entre otros».
Los ácaros también tienden a esconderse en «la piel debajo de los anillos, brazaletes o pulseras de reloj”.
Los dermatólogos de la AEDV aclaran que el ácaro de la sarna puede infestar tanto al rico como al pobre y tanto al anciano como al joven.
No obstante, la enfermedad es mucho más común en grupos que viven hacinados, pues se transmite por contacto con personas afectadas.
La sarna puede tratarse de manera eficaz con medicamentos tópicos. El tratamiento consiste en aplicar el producto por toda la superficie de la piel, desde los pies hasta la cabeza, antes de irse a dormir, dejarlo actuar durante la noche y lavarse por la mañana para eliminarlo.
Tuberculosis
En el mismo discurso en el que Moisés hablaba de la sarna, también citaba la tuberculosis: “Yavé te castigará con tuberculosis, fiebre, inflamación, quemaduras, tizón y roya del trigo, que te perseguirán hasta que mueras”.
La tuberculosis, otra de las enfermedades bíblicas, es una patología infecciosa causada por una bacteria y que afecta, sobre todo, a los pulmones.
Se transmite por vía aérea a través de las gotas que las personas enfermas emiten al toser o estornudar y que pueden inhalar quienes están en contacto con ellas.
“Cuando se produce el contagio, el sistema inmunitario se defiende. En la mayoría de los casos resulta eficaz y las bacterias son eliminadas o quedan en el organismo, pero bajo control.
Éstas son personas con infección tuberculosa latente, pero no enfermas. Sólo el 10% de las personas infectadas enferman a lo largo de la vida”, subraya la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR).
La tuberculosis produce tos, fiebre, sudores nocturnos, pérdida de peso, etc. “Una persona con tuberculosis activa puede infectar a lo largo de un año a entre 5 y 15 personas por contacto estrecho.
La buena noticia es que la tuberculosis se puede curar con antibióticos. El tratamiento consiste en una combinación de cuatro medicamentos que se le administran al paciente durante 6 meses.
Cuando los denominados fármacos de primera línea ya no funcionan, hay que recurrir a los de segunda línea que se deben utilizar durante más tiempo y tienen mayores efectos secundarios.
Ceguera
“Al retirarse Jesús de allí, lo siguieron dos ciegos que gritaban: ‘¡Hijo de David, ten compasión de nosotros!’. Cuando Jesús estuvo en casa, los ciegos se le acercaron y Jesús les preguntó: ‘¿Creen que puedo hacer esto? Contestaron: ‘Sí, Señor’. Entonces Jesús les tocó los ojos diciendo: ‘Hágase así, tal como han creído’. Y sus ojos vieron”.
Este fragmento del evangelio de Mateo es una de las múltiples referencias a la ceguera que podemos encontrar en el Nuevo Testamento, es una de las enfermedades bíblicas citadas.
Tanto en la antigüedad como en nuestro tiempo, la ceguera es altamente incapacitante ya que la mayor parte de la información que necesitamos en el día a día la obtenemos mediante la vista.
Para prevenir la ceguera, esta entidad recomienda acudir al oftalmólogo para someterse a una revisión al menos una vez cada dos años y anualmente en caso de ser diabético, hipertenso o tener alguna enfermedad cardiovascular.
Sobre la degeneración macular asociada a la edad indica que, aunque no tiene tratamiento efectivo, las personas que la padecen pueden beneficiarse de los programas en los que se enseña a utilizar el resto visual.
En cuanto a las cataratas, una de las patologías oftalmológicas más frecuentes en las personas mayores, señala que no es necesario esperar a no ver apenas nada, pues se pueden operar precozmente con muy buenos resultados.