UVALVE.- «¿Por qué tuvieron que morir los niños?», le preguntó de madrugada a Ignacio Mata su hijo de 15 años, incapaz de dormir tras la masacre del martes en una escuela primaria de Uvalde (Texas, EE.UU.).
«Intentar que él lo entienda cuando ni siquiera yo puedo entenderlo (…), creo que es lo más difícil que he hecho como padre», asegura Mata en una entrevista con Efe desde su tienda en esta localidad del sur de Texas, donde dos de sus hijos estudian en un instituto.
Más de 331.000 estudiantes de Estados Unidos han experimentado violencia armada en su escuela en las últimas dos décadas, y el fenómeno va en aumento, con al menos 24 tiroteos registrados en centros de primaria y secundaria en lo que va de año, según un recuento del diario The Washington Post.
Los alumnos que sobreviven a una de esas matanzas -como Miah Cerrillo, que se untó la sangre de uno de sus 19 compañeros fallecidos para fingir que estaba muerta durante el tiroteo en su aula en Uvalde- pueden quedar profundamente traumatizados.
SUPERVIVIENTES DE COLUMBINE
«Todavía lo recuerdo como si fuera ayer», afirma Lauren Bohn, que tenía 15 años cuando dos estudiantes mataron a 13 personas en el instituto de Columbine, donde ella estudiaba en Littleton (Colorado), en 1999.
Bohn estaba en la cafetería del colegio y fue de las «primeras en enterarse de que había peligro», mientras que su amiga Michele Williams, entonces de 18 años, estuvo entre las últimas en enterarse de lo sucedido, desde el vestíbulo en el piso de arriba de Columbine.
Ambas hablan con Efe en una plaza de Uvalde, adonde han viajado tras enterarse de la tragedia para tratar de reconfortar en la medida de lo posible a los supervivientes, para decirles: «Nosotras lo entendemos».
A Bohn le «apena profundamente» que los tiroteos masivos en las escuelas hayan ido en aumento desde el ocurrido en Columbine, que marcó un antes y un después en el país: desde entonces, 185 niños, maestros y otras personas han muerto por la violencia armada en colegios, según el Post.
A las supervivientes de Columbine, cuyos hijos estudian ahora en la misma ciudad donde ellas crecieron, les tranquiliza pensar que las escuelas están ahora, en teoría, mejor «preparadas» para responder a esos ataques, en palabras de Bohn.
Se refiere a los simulacros de tiroteo que organizan regularmente el 95 % de las escuelas primarias y secundarias del país, de acuerdo con la organización favorable al control de armas Everytown.
SIMULACROS DE TIROTEO
Un estudio de Everytown concluyó en 2020 que esos simulacros de tiroteo están asociados con aumentos del 39 % y el 42 % en la posibilidad de padecer depresión y ansiedad, respectivamente, en los niños de entre 5 y 18 años.
«Me gustaría que no tuviera que haber (simulacros)», dice Cristela Jones, una estudiante universitaria de 20 años a la que las crecientes noticias sobre tiroteos le generan «miedo de ir a cualquier parte».
Dos veces al año, en las escuelas donde estudió en San Antonio (Texas), los profesores de Jones cerraban con llave la puerta de su aula y pedían a los alumnos que se escondieran detrás o debajo de una mesa.
«Nuestros maestros nos decían: guarden silencio. No digan nada. Si alguien está en la puerta, no hagan nada», relata Jones en una entrevista con Efe en el centro de Uvalde, adonde ha acudido para expresar sus condolencias.
Algunos niños se toman a broma los simulacros de incendios, pero el ambiente en los entrenamientos para tiroteos es más sombrío: solo «por haber visto las noticias», Jones tuvo siempre la sensación de que, en algún momento, aquello podía convertirse en realidad.
«La escuela es el segundo hogar del niño, y si no pueden estar seguros allí, ¿dónde pueden estarlo?», pregunta Jones.
Patricia Castanón, que perdió a su sobrina Annabell Rodríguez en la masacre de Uvalde, explica a Efe que sus nietos no han regresado a la escuela desde que comenzó la pandemia, y sus padres siguen educándoles en casa.
«Hasta ahora, yo le decía a mi hija que volviera a llevar a los niños a la escuela, pero ahora, con esto… No se puede saber lo que va a pasar en la escuela, en cualquier lugar», lamenta Castanón, que vive en Oklahoma y ha viajado a Uvalde tras enterarse de la tragedia.
Su sobrina Annabell tenía una hermana gemela, Angeli, que sobrevivió al tiroteo porque ese día no estaba en la escuela, según Castanón, que asegura estar «rezando» todo lo que puede por esa niña y por su padre.
¿CÓMO EXPLICAR UN TIROTEO A SUS HIJOS?
La plaza central de Uvalde se ha convertido en un lugar de peregrinaje para dejar flores y peluches delante de las 21 cruces de madera instaladas alrededor de una fuente central, en honor de los 19 niños y dos maestras asesinados en la masacre del martes.
Allí no paran de llegar padres acompañados de niños pequeños, y algunos hablan con Efe de sus decisiones de explicar o no a sus hijos lo ocurrido en la escuela primaria Robb de la localidad.
«Mi hijo de siete años no sabe toda la historia, no he podido decírsela y no es necesario que sepa todos los detalles. Pero sabe que hay niños que fallecieron, que hay compañeros de él que ya no están aquí», dice la mexicana Silvia Alvear a Efe mientras su niño acaricia a un perro.
Y Leti, cuya nieta de 3 años se encontraba con ella en su casa enfrente de la escuela cuando se produjo el ataque, le explica con paciencia a la niña que no puede jugar con los peluches depositados enfrente de las tumbas.
«Le estoy diciendo que son de los niños que se han hecho ‘coco’ (pupa), que se han hecho daño. Solo tiene tres años, nunca ha perdido a nadie. Pero sabe lo que es hacerse daño, así que le estoy diciendo eso», aclara a Efe.