Redacción.- El trauma psicológico se asocia con un riesgo casi tres veces mayor de desarrollar un trastorno mental y predice un peor pronóstico, ya que aumenta el riesgo de suicidio de dos a cinco veces y cuatro veces el riesgo de padecer una depresión comórbida, además de tener una menor respuesta a los tratamientos antidepresivos.
Así lo aseguró el jefe de sección de Psquiatría en el Hospital Universitario Príncipe de Asturias, el doctor Guillermo Lahera.
«Hay una relación clara entre trauma y depresión. El 62 por ciento de las personas deprimidas tienen una o más experiencias traumáticas en su vida. Concretamente, el trauma infantil es un factor cronificador de la depresión y reduce significativamente las tasas de respuesta al tratamiento antidepresivo», ha declarado el doctor Lahera apuntando que solo el 17 por ciento de las personas que han experimentado una experiencia traumática de los 4 a los 7 años responden al tratamiento antidepresivo, frente al 82 por ciento en las personas que no han tenido esta experiencia.
Según ha detallado el experto, se considera experiencia traumática «cualquier situación en la que una persona se ve expuesta a escenas de muerte real o inminente, entre las que se incluyen situaciones como agresiones sexuales, lesiones físicas, guerras, etc, ya sea en calidad de víctima directa o testigo».
Por tanto, desarrollar un trauma tras vivir una experiencia de este tipo multiplica entre dos y cinco veces el riesgo de suicidio y la posibilidad de desarrollar trastorno psicótico, aunque el doctor Lahera ha advertido de que es importante recalcar que «no toda la persona que vive un trauma se traumatiza o tiene una psicopatología».
Uno de los trastornos mentales frecuentes tras vivir una experiencia traumática es el trastorno de estrés postraumático (TEPT), aunque «no es la única ruta después de vivir un trauma, hay otras como la depresión o la psicosis», pero están interrelacionados ya que «el 52 por ciento de las personas con trastorno de estrés postraumático tienen depresión comórbida». Entre los síntomas más frecuentes del TEPT se encuentran: la evitación, los pensamientos intrusivos, los flashbacks y las pesadillas, entre otros.
El 60 por ciento de las mujeres y el 50 por ciento de los hombres ha estado expuesto a traumas psicológicos, aunque el riesgo de sufrir un trastorno de estrés postraumático es del cuatro por ciento, dependiendo de cada vivencia y del género, ya que, según ha aseverado el doctor Lahera, «la mujer tiene el doble de prevalencia de estrés postraumático que el hombre» puesto que un 8,5 por ciento de las mujeres desarrollan TEPT frente al 3,4 por ciento en hombres.
La prevalencia de trastorno de estrés postraumático a lo largo de la vida es del 8,3 por ciento a nivel mundial y del 7,8 por ciento en Europa, pero España se encuentra muy por debajo de la media con tan solo un 2,2 por ciento de la población que desarrolla TEPT a lo largo de su vida, por detrás de Francia (3,9%), Italia (2,4%) o Suecia (5,6%). La prevalencia más alta del trastorno de estrés postraumático a lo largo de la vida se produce en el grupo de 45 a 59 años (9,2%) y la prevalencia más baja (2,5%) en el grupo de más de 60 años.
El tratamiento más común del trauma y de los trastornos mentales asociados a este es la psicoterapia y es clave el abordaje temprano ya que «iniciar una terapia psicológica dentro de las seis primeras horas tras vivir una experiencia traumática es crucial para evitar su consolidación en la memoria». De esta manera se evita que el trauma «cristalice en la memoria» y se consolide, por lo que se podría prevenir el desarrollo de trastornos mentales en un futuro, según ha asegurado la doctora en psicología, profesora en UDIMA, y especialista en el abordaje psicológico del trauma, María Frenzi Rabito.
En este aspecto, la psicóloga ha asegurado que, en el tratamiento psicoterapéutico de los pacientes con trastorno de estrés postraumático, «lo primero es escuchar» porque «una persona que tiene un TEPT lo que más necesita es sentirse escuchada», así como «creer su testimonio, aunque resulte difícil, y validar su experiencia». «El TEPD no tratado no mejora con el tiempo, sino que empeora si no se trabaja», ha añadido.
Vivir una experiencia traumática en cualquier momento de la vida puede generar un trastorno asociado al trauma, pero esta probabilidad es «mucho mayor» si se ha tenido un trauma en la infancia porque el cerebro «está en desarrollo y es incapaz de gestionar esa situación y eso va a conllevar un riesgo mayor de desarrollar enfermedades mentales en la edad adulta», ha apuntado por su parte la psiquiatra y coordinadora de la Unidad de Investigación del Centro Fórum, Hospital del Mar, la doctora Alicia Valiente .
LA VIOLENCIA INTERPERSONAL Y DE GÉNERO: UNO DE LOS MAYORES FOCOS DE TRAUMA
Las experiencias que producen un trauma son diferentes en hombres y en mujeres, aunque la violencia es la causa más frecuente de trauma y de trastornos por estrés postraumático en ambos sexos. De hecho, el doctor Guillermo Lahera ha asegurado que «el foco mayor de trauma en España está en la violencia interpersonal».
En lo que respecta a las mujeres, tienen más experiencias traumáticas por: agresiones sexuales, refugiadas o muerte infantil. En los hombres los factores de riesgo son las lesiones, las agresiones físicas y las guerras. Además, las personas jóvenes, con bajo nivel socioeconómico y en minoría racial tienen muchas más probabilidades de tener un trauma.
«Un tercio de las víctimas de violación desarrollan trastorno estrés postraumático en algún momento. El TEPT por violencia sexual es un evento muy asociado al estigma, a la culpa, la vergüenza, porque son sentimientos que dañan a la víctima», ha destacado el doctor Lahera, añadiendo que, si se ha tenido un abuso sexual en la infancia «hay más probabilidad de tener estrés postraumático que si ocurre en la vida adulta, probablemente por la madurez psicológica de la víctima».
En el TEPT asociado a la violencia sexual hay dos factores clave: las atribuciones negativas con respecto a la causa y el significado del trauma (culparse a sí mismo, creer que el mundo es extremadamente peligroso) y la evitación de recordatorios del trauma (pensamientos/sentimientos asociados con la agresión, situaciones que recuerdan a las personas la agresión).
Por último, además del impacto psicológico que tienen las experiencias traumáticas, el trauma también tiene un impacto físico como por ejemplo, una afección en la presión arterial sea distinta, la obesidad, más asociada al trauma, e, incluso, en la genética.
«A veces el trauma impacta incluso en la genética porque está muy relacionada con el ambiente. Por ejemplo, el trauma infantil tiene un impacto en la longitud de los telómeros: si a los cinco años han tenido una experiencia traumática, a los 10 años tienen acortados los telómeros. La percepción del dolor también influye mucho», ha destacado el doctor Guillermo Lahera.