Perú.- Su cuerpo de fibra de maíz baila, sus ojos parpadean cuando habla, responde a preguntas sobre objetivos de desarrollo e inclusive sabe alemán. Así es “Jovam”, el robot que ingresó a la cárcel limeña de Lurigancho, la más poblada del Perú, para apoyar a los maestros en la educación de los presidiarios.
En el centro penitenciario, que aún arrastra la fama de ser uno de los más violentos de América Latina, cerca de 1.225 reclusos volvieron esta semana a las clases presenciales para retomar sus cursos de primaria, secundaria o técnicos, tras dos años anclados con materiales autoinstructivos en las celdas de esta prisión, donde no está permitido el internet.
La vuelta de los reos a las aulas coincidió con la llegada de Jovam, un androide biodegradable fabricado con desechos electrónicos reciclados que servirá como «estímulo y complemento didáctico» a la educación de los internos.
Así lo sostiene su inventor Walter Velásquez, un joven profesor rural, que en el peor momento de la pandemia ya sorprendió a la comunidad educativa peruana con la creación de Kipi, la primera robot capaz de hablar quechua y recorrer a caballo las remotas comunidades de Colcabamba, en la región centro andina de Huancavelica, para acercar las lecciones allí donde ni siquiera llega la radio o la televisión.
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